La semana pasada caminando para la universidad, tuve que
hacer una parada en medio del andén y sacar dos libros que llevaba en el morral
para cargarlos en mis manos. No soportaba un segundo más el peso en mi espalda.
Cuando pude entrar a un baño, me miré y tenía los hombros rojos, sentía el
cuello tenso y me dolía. En ese momento, me prometí no volver a cargar tantas
cosas. Durante todo el día el peso de mi morral fue un literal estorbo. Cada
vez que podía lo dejaba en una mesa y cuando lo cogía, por más que quería, no
lograba enderezarme por completo. Anhelaba el momento de llegar a mi casa y
deshacerme de mi morral.
Al finalizar el día cuando salí de la universidad, vi a un
señor que tenía colgado en su espalda y cadera una caja de madera para vender
dulces y cigarrillos, después vi a una señora que sentada revolvía el aceite de
las papitas criollas que minutos más tarde vendería, al pasar la calle casi me
atropella un taxista enfurecido quién sabe por qué razón, más adelante estaba
un señor con un trapo rojo en la mano indicando que el espacio estaba libre.
Esta serie de personajes me hicieron caer en la cuenta que existen otro tipo de
cargas, y en algunos casos, dolorosas.
La gran mayoría de personas en este país deben luchar toda su
vida con cargas invisibles pero más pesadas que ellos mismos. Con seguridad a
muchos ese peso no les cabe en un morral. Lo llevan a diario y está presente en
todas sus actividades: para ir al trabajo, comer, bañarse y hasta para
descansar. Como carecen de morral, no pueden dejarlo a un lado estirar el
cuello, mover los hombros y seguir; la carga siempre estará ahí.
Afortunadamente yo puedo elegir la carga en mi espalda. Soy
yo la que decido si llevo el computador, tres libros, dos cuadernos o nada. Y aún
así decidiera llevar todo a la misma vez, nunca mi peso podrá sobrepasar el de
esas personas que cargan con la responsabilidad de educar a un hijo, responder
por una familia, sufrir por alguno de sus parientes enfermos, mirar el
periódico todos los días para ver en qué empleo se puede acomodar, hacer fuerza
cuando es 16 y no han pagado, entre miles de situaciones que se ve el ciudadano
común a diario.
Y es que para no ir más lejos, he sido testigo toda mi vida
de la carga que llevan mis papás, mis tíos y mis abuelos. Que nunca nos falte
nada, que tengamos lo necesario, que seamos felices, que alcancemos nuestros
sueños, que la competencia está muy dura, que hay que pagar más estudios, que
el paseo de fin de año, que la ropa que más les gusta, etc. Porque todos
tenemos una carga. Incluso yo que pensaba que sólo era la de mi morral, ¿cuál es tu
carga?
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