La cotidianidad trae consigo
innumerables compromisos y presiones que, en muchos casos, nos vemos obligados
a cancelar o lo que es peor aún “dejarlos pasar” porque ahora el no cumplir se
ha vuelto parte del paisaje.
Todo estaba arreglado para el
reencuentro más anhelado. Mis amigas del colegio habían aceptado la invitación,
increíblemente la fecha y el lugar propuesto era agrado de todas, las redes
sociales estaban invadidas de mensajes de emoción. Los días fueron pasando y
llegó el evento esperado. Pasaron minutos, más minutos y horas; pero sólo
aparecieron tres de las quince invitadas. En ese momento pensé:
“definitivamente estamos en el mundo de los fariseos”.
La palabra “fariseo” proviene de un vocablo
hebreo que significa separado y su origen se remonta en el siglo III antes de Cristo. Se trataba de una
secta o partido político-religioso conformada por personas judías altamente
intelectuales y maestros de la ley. Sin embargo, eran considerados por la
religión católica como personas hipócritas y con falta de palabra. Por ejemplo,
en muchos pasajes de los evangelios se cita a Jesús advirtiendo a
la multitud contra ellos: “Los escribas y fariseos se han sentado en la cátedra
de Moisés. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su
conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las
espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas” (Mat. 23,1-7).
De la misma manera el parlache colombiano (conjunto de
modismos utilizados por los jóvenes, originado en las comunas populares de Medellín y suburbios de Bogotá y
Cali), adoptó este término para referirse a una persona traidora, faltona o que
no hizo un favor. Así como muchas otras palabras originadas en la jerga
popular, ésta se expandió a las clases medias y altas de la sociedad, buscando
expresar el inconformismo cuando alguien no cumple con lo prometido. También vemos
como la palabra se convierte en verbo y se escuchan expresiones (aclarando que
no son válidas por la R.A.E) con conjugaciones como: “perdón por farisearme”, “creo
que te voy a farisear”, “yo me fariseé”.
Lo verdaderamente rescatable es hacer una reflexión acerca de
las implicaciones actuales, sin importar la ambigüedad del término. Cada día
nos sentimos más cómodos con este tipo de comportamiento, se ha vuelto tan
común que sin darnos cuenta, sea ha impregnado a nuestra cultura y lo
calificamos de aceptable. Pero esto, a lo contrario de lo que ocurre en la
cotidianidad, no es normal. Se debe cumplir no sólo con lo pactado, sino ser
consecuentes con lo que se dice y se hace. La promesa en la palabra merece ser
rescatada y respetada. Los contratos, acuerdos y pactos escritos, sólo deben
ser un canal para reforzar lo dicho; pero no para que sea la única prueba sólida
de argumentación.
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