En medio de tantos
escándalos mediáticos, donde no sabemos si el mensaje responde a los derechos
del público o responde a lo que el medio tiene derecho a informar, me pregunto
si es posible educar a cierto público para que se convierta en un perceptor
crítico y autónomo que exija contenidos que favorezcan la evolución moral.
En realidad es un
cuestionamiento complicado pues la posibilidad de una educación para un
perceptor “exigente”, está directamente relacionada con las opciones que éste
tenga desde los contenidos mediáticos. Aunque en la lógica del mercado se dice
que entre más posibilidades mayores oportunidades de elegir y más exigencia por
parte del usuario-consumidor; lo paradójico del asunto es que esta realidad no
es funcional cuando se plantea en los medios de comunicación.
En los últimos años el
crecimiento del mercado en las empresas mediáticas ha aumentado considerablemente.
Con el auge de las nuevas tecnologías, ya no son solo los medios y empresas
tradicionales las que pueden generar contenidos, a través de la Internet las
personas pueden ver programas televisivos, escuchar una estación de radio o
simplemente leer un artículo de carácter no oficial. Es precisamente, la oferta
tan grande lo que hace que exista una lucha incesable por mantener o aumentar
la torta participativa de ese mercado que está fragmentada para cada medio.
Las
compañías de medios de comunicación, sin importar si son públicas o privadas,
tienen intereses ideológicos pero también económicos. Ellas buscan responder a
sus propias necesidades rentables, tratando de persuadir al televidente-lector,
que esos contenidos que ellos generan hacen parte de sus necesidades
personales. La mayoría de
los medios de comunicación obedecen a la lógica comercial y no a la lógica
periodística en el cubrimiento de las noticias.
Por lo que esto se
convierte en un ciclo vicioso en donde el receptor de la información a través
de la demanda le dicta al medio qué quiere que se le informe, qué le gusta, qué
le aburre, qué lo fideliza con éste. Así el medio de comunicación de masas
respondiendo a su sentido capitalista, termina haciendo lo que le genere más
ganancias, es decir, mayor número de usuarios que se ven reflejados en la
rentabilidad.
En el caso que se educara
a una generación de pequeños para que fueran capaces de exigir contenidos
mediáticos que favorezcan la evolución de la moral, la pregunta es ¿quién sería
el educador? ¿si todos vemos el mundo como el medio nos lo muestra? o ¿cuál
sería el medio capaz de renunciar a sus principios económicos y de poder, teniendo
en cuenta que éstos son necesarios para la subsistencia, para mostrarnos la realidad
lo menos fragmentada posible?
En
este sentido de lo hablado hasta ahora, no es sino que echemos una mirada al
país, a los múltiples problemas que afectan al estado Colombiano, y esto nos
confirma que no es correcto elevar la proposición de Maquiavelo “El fin
justifica los medios” a imperativo categórico. El actual desorden creado por el
malestar de la globalización, la violencia permanente, la corrupción
generalizada, la pobreza, miseria y exclusión imperantes, confirman lo
contrario: que la única moral histórica aceptable es la contraria a la de
Maquiavelo, que son los medios los que deben justificar los fines. Por eso
Colombia necesita de nuevos medios de comunicación, con hombres y mujeres
inspirados en una nueva ética; la del diálogo y la concertación, que nos permita ver la vida desde otra
perspectiva, no desde la coacción, no desde la imposición y menos desde el
interés estrecho y caprichoso del gobernante de turno.